El vestido de novia me enamora por muchos motivos, pero para una modista y diseñadora, además, tiene un gran interés textil, artístico y cultural.  No sólo ha sido y es, aún, una pieza única en la vida de una mujer, sino también es un icono en el mundo de la moda y la confección. 

Al margen de la consideración cultural, histórica, y el mito relacionado con la imagen de la mujer y ser representativo del matrimonio como "institución", se trata de una prenda excepcional. Su belleza y también por proporcionar una imagen extraordinaria y única de embellecimiento en cada mujer. En cierto encanto es capaz de sentir a cada mujer que nunca ha estado tan bella, y, en este sentido, la empodera y le da autoestima. La elección de su traje como único en el mundo, y en su vida, establece entre la novia y su  traje una relación emocional especial y potente. Eso también me tiene atrapada.

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Hace siete años, por casualidad, descubro la gran cantidad de vestidos de novia que circulan en el creciente mercado de la segunda mano: usados, excedentes de tiendas, etc. El constatar el ínfimo valor que se da a estos vestidos en desuso, me conmueve; es por ello que, poco a poco, empiezo a conseguir algunas de estas prendas. Me duele el corazón, como modista, ver que un vestido elaborado con tanta dedicación, durante tantas horas, con materiales de máxima calidad, por el uso de un sólo día o ser el resto de una tienda o industria, puede venderse por ejemplo, como me he encontrado yo, de chantilly, a 18 € .

 

Hace ocho años inicié una colección privada de vestidos de novia de altísima calidad, tanto de grandes firmas, importantes diseñadores y modistas locales que trabajan a medida con maestría. 

Selecciono cada vestido porque algo en él me parece maravilloso: por su valor textil, su calidad de confección, diseño, patronaje, diseñador, los tejidos, la pedrería y abalorios, por su historia, su personalidad única, su belleza o su magia. Y con un coste en el mercado alrededor de 100 €. (El promedio de gasto de mis vestidos ronda los 60 €).

 

Al rescatarlos del anonimato y de un final inmerecido, siento que estoy homenajeando a sus creadores y también reconociendo su valor emocional al haber formado parte de un momento tan especial en la vida de una mujer. Por eso, cada vestido de la colección lleva una etiqueta con el diseñador que lo creó, la fecha, y también el nombre de la mujer que lo llevó, de la mujer que lo consideró su "mejor vestido del mundo".

Con algunas  prendas estoy experimentando el upcicling, el darle una nueva vida, un nuevo uso, transformar su concepción.

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